Compartimos uno de los editoriales publicados durante el Mundial de Rusia 2018, que mantiene plena vigencia.
Las recurrentes corridas cambiarias no hacen más que demostrar que frente a los primeros nubarrones que aparecen en el horizonte corremos a comprar dólares, como única alternativa de resguardo. Eso no pasa en otros países, no porque no haya nubarrones, sino porque existe confianza en la moneda local.
A causa de la inflación que erosiona su valor, nuestra moneda, como valor de resguardo, tiene el partido perdido desde hace décadas.
La gran solución, para que no haya más corridas, es que no haya más moneda local. Si en lugar de pesos tuviéramos dólares en los bolsillos, no nos volveríamos locos cada vez que aumenta la tasa de interés en los mercados internacionales, o fracasa la cosecha de soja, o aumenta el precio del petróleo. Tendremos que lidiar con esos temas, pero sin corridas, razona el Espantapájaros.
La dolarización tiene, una vez instrumentada, grandes ventajas. Por lo pronto, no tendremos ninguna posibilidad de emitir moneda (en este caso dólares) para cubrir baches financieros. La Casa de la Moneda sería un edificio meramente decorativo, una reliquia histórica, monumento al trabajo en triple turno.
Con una economía dolarizada nos va a sobrar tiempo, porque si sumamos las horas por día en los que estábamos pendientes de cuánto valía el dólar (en realidad cuánto valía el peso), más las horas que nos llevaba calcular qué impacto tendría sobre el costo de vida la nueva cotización de la divisa, de golpe nos quedará mucho tiempo libre. El Espantapájaros se pregunta si, luego de tantas décadas de estar pendientes del dólar, sabremos cómo respirar a ritmo más pausado. El tiempo habrá que ocuparlo en producir en serio y en pensar cómo lograr costos (en dólares) cada vez más competitivos. Si queremos ganar más, habrá que producir más y mejor.
Las interminables discusiones salariales, con paritarias que habitualmente llevan las de perder con la inflación, se podrían reemplazar por negociaciones vinculadas a la productividad del trabajo. La inflación del dólar es tan baja, que tranquilamente la podemos pasar por alto.
El proceso de dolarización, no obstante, tiene muchos puntos por resolver, en cuanto a su instrumentación práctica. No solo por la complejidad del cálculo de cuántos dólares harán falta para reemplazar a todos los pesos en circulación, sino por otras cuestiones ríspidas.
Las ventajas están a la vista. Habrá que ver si el resto del mundo (y específicamente la Reserva Federal de los Estados Unidos) está de acuerdo en que la moneda de curso legal en la Argentina sea el billete verde. En principio el Espantapájaros no ve demasiados impedimentos, ahora que volvimos a la categoría de mercado emergente, pero es lógico que el mundo esté preocupado. No sea que sigamos con la costumbre de gastar más de lo que tenemos, no resolvamos los desequilibrios estructurales y terminemos exportando inflación a Washington.
El momento justo para llevar adelante el proceso es en 2018, ahora que el FMI está dispuesto a prestarnos 50.000 millones de dólares para que pongamos en orden nuestra economía y los vencimientos de la deuda.
El reemplazo de los pesos se podría hacer en cualquier momento, pero el momento ideal hubiese sido durante el Mundial de Fútbol, más específicamente, a la hora del partido Argentina-Islandia. Por si quedaran temas por resolver, tales como la tasa de conversión de sueldos en pesos a sueldos en dólares o las dietas de los legisladores, los 90 minutos del partido Argentina-Croacia habrían sido más que suficientes. La fijación de las tarifas eléctricas, el precio del gas y de los combustibles, se podrían haber resuelto sin demasiadas turbulencias durante Argentina-Nigeria. En esos 270 minutos los temas más conflictivos de la dolarización podrían haber quedado totalmente encaminados. Pero hay más.
Los recortes en el gasto público habría que haberlos resuelto en los 90 minutos de Argentina-Francia. No especulemos con el alargue y los penales porque es mejor tener el partido ganado y las reformas estructurales definidas en 90’.
El partido de cuartos de final era el momento justo para graficar los vencimientos de la deuda externa, porque al FMI en algún momento habrá que pagarle.
El diseño de un plan de obras públicas para los próximos cuatro años (hasta el próximo mundial) podría haberse resuelto tranquilamente durante las semifinales.
El Presupuesto 2019 y la Coparticipación Nación/Provincias era un tema a resolver en los 90 minutos finales. En lo futbolístico y en lo político, es la madre de todas las batallas, que requiere concentración total y pelear cada pelota como si fuera la última. No habrá otras oportunidades como ésta, para demostrarle al mundo que somos los mejores y estamos bien encaminados.
Ante la posibilidad bastante concreta de que futbolísticamente no lleguemos tan lejos, lo más seguro hubiese sido encarar la dolarización y las reformas estructurales en la fase de grupos.
Lamentablemente se dejó pasar la oportunidad de Rusia 2018 y habrá que esperar otros cuatro años para volver a poner sobre la mesa la descabellada idea de dolarizar la economía y para que la selección argentina vuelva a enamorar.